miércoles, 7 de septiembre de 2011

Agua y arena

Cayó al suelo y la mezcla de agua y arena empapó sus ojos de vergüenza, dolor y rabia. Como auto castigo tomó una bocanada de aire a sabiendas que la mezcla entraría también en su boca. Se arrepintió al instante, pero consiguió lo que quería.

Entre arcadas y toses se levantó. No se adivinaba color en su camiseta, todo a su alrededor era marrón y negro. Una nueva arcada le ayudó a evitar el puñetazo del otro joven que se había levantado a su lado, tan manchado como él aunque con la cara más limpia. Se adivinaba odio en su mirada.

Aire. Aire en sus pulmones. Tenía que aprovechar, abalanzarse contra su agresor ahora que estaba tendido en el suelo. Patada en el costado para dejarle sin respiración y caída en seco con la rodilla en su espalda a la altura de las lumbares. Sabiéndose ganador, al menos durante lo que le atenazara ese dolor agudo a su rival, miró a su alrededor. No había nadie. Lluvia y arena. No entendía nada, en su interior sólo tenía algo claro: hay que acabar con esto. O volverá.

- Te tengo -susurró a su oído.

Levantó la rodilla de su espalda y girándole para que la lluvia resbalara por su ahora manchada cara se colocó a horcajadas sobre él. No notaba resistencia alguna. Descargó sus puños sobre su rostro ahora más visible, sin preocuparse si le estaba mirando o no. El cansancio se apoderó de él, estaba exhausto. Sólo quería huir.

- ¿Me oyes? ¿Por qué? ¿Por qué viniste tras de mí? ¡¡Quería salir de aquí, escapar de ti!!

Por unos instantes la lluvia dejó de escucharse, sólo sus gritos silenciaron el silencio que les rodeaba. Lluvia y arena. Más puñetazos golpearon ahora el pecho del cuerpo inerte bajo él.

- Déjame.. Por favor... -lágrimas, lluvia y arena.

Se incorporó limpiándose la sangre de los nudillos. Permaneció tumbado a su lado tan quieto que sintió pena en su interior, pero no se fiaba. Debía salir corriendo. Cuatro o cinco pasos sin dejar de observarle atento, en el sexto se giró para no volver a mirar atrás nunca más y comenzó a correr. La lluvia se mezcló con sus lágrimas e imposibilitó una marcha más rápida. Los pies se le hundían cada vez más centímetros a medida que se alejaba, y ocurrió. Arena y agua en su cara. Un golpe en las costillas cortó su respiración y le encogió sin permitirle chillar del dolor. Algo duro y pesado le hundió en el barro sin posibilidad de escapar sumido entre dolor y desesperanza por verse de nuevo atrapado, sin poder moverse.

- ¿Y tú? ¿¿EH??

Como si fuese un muñeco de trapo empapado notó bajo su espalda tierra firme y sobre su cara y pecho una tormenta de gotas y golpes.

- ¿Por qué? ¿Por qué escapaste de mí? Nunca más, no te dejaré.

Silencio.

- Nunca más, ¿me oyes?

Había vuelto a perder. Notó menos presión sobre su cuerpo magullado y dolorido. Apenas pudo abrir los ojos lo suficiente para verse reflejado en el rostro del vencedor, el rostro del perdedor. He vuelto a ganar. Ha vuelto a ganar.

Agarrándole de los brazos le arrastró de vuelta a su hogar. No le gustaba aquello, pero era su hogar. Sólo se sentía libre en esos momentos, en los que su vuelta obligada siendo arrastrado significaba volver a tener una excusa más para salir huyendo de sus tierras, su familia, su destino. De sí mismo.


Ender




Cuando dentro de uno hay dos, cuando dentro de uno hay agua y arena.



1 comentario:

  1. Cuando dentro de uno hay dos, no queda más remedio que luchar...

    Genial tu entrada =)

    Un abrazo!

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