viernes, 19 de febrero de 2010

Aprendiéndonos

Echo de menos ahora esa época en la que siempre tenía que mirar hacia arriba. Mis cortas piernas de niño me mantenían en un nivel en el cual todos los problemas eran grandes de verdad. Si el director del colegio me cazaba subiendo corriendo las escaleras, si el bocata de mi abuela se me caía al suelo tras sólo darle unos bocados, cuando era el centro de las burlas de mis compañeros.

Esos problemas sí que eran de verdad. Por ese entonces todo estaba fuera de tu alcance, no tenías herramientas suficientes para hacer frente a todas esas adversidades. No siempre eras responsable de encontrarte en esa situación, ni tampoco de no salir de ella. Al día siguiente, salvo que se repitise la misma situación, te habías olvidado de todo comenzando a tejer y tramar nuevos verdaderos problemas que evitaran que únicamente hubiesen risas y abrazos.

Ahora, los problemas simplemente te superan. Justamente el poder enfrentarte a ellos nos frusta aún más al no poder solucionarlos. Invertimos muchas veces tantas energías en volver a una situación más deseable que incluso cuando el problema en sí remite en parte ya ni eso sirve para reconfortarnos.

Aprendí a no correr, por si me caía por las escaleras y daba un disgusto a alguien. Aprendí a agarrar fuerte mi merienda. Y aprendí también a ser yo quién se burlase de mí mismo. Pero avanzan los años y sólo somos capaces de aprender que si tras gastar tantas energías no conseguimos un resultado favorable, en situaciones similares en futuros no muy lejanos no volveremos a cometer el mismo error. El error de creer, el error de derrochar.


Ender

No hay comentarios:

Publicar un comentario