jueves, 3 de noviembre de 2011

Dime, ¿qué prefieres?

Un bosque. Las luces de la ciudad no se ven a lo lejos, más que distinguirse cada bombilla y cada punto de calor lo que aprecian los dos hombres del claro es una neblina lumínica que presagia contaminación. La luna no ayuda a iluminar lo suficiente como para ver las lágrimas de uno de los dos.

- ¿Por qué? - tartamudea.

Un árbol algo separado del resto rompe la simetría de la zona donde los dos seres humanos desentonan con la naturaleza. Hacía años que ninguno de los dos visitaba algo que no fuese una urbe, salvo los pocos días en vacaciones que invertían en volverse locos tratando de ver un país lejano. Durmiendo poco y sin descansar de un lado para otro. Al final, ni disfrutaban ni conocían. Todo debe ir rápido en estos tiempos, todo salvo la decisión que no es tomada por el otro hombre, que también llora.

- Cállate, joder.

El traje le sienta muy bien. Toda una vida llevándolos, comprándoselos en función de la moda impuesta por las revistas y por las recomendaciones de los sastres donde se los hacen a medida, le obliga a no pasar ni un día sin uno puesto. Se sentiría desnudo.

- Miles, de verdad. ¡Lo podemos olvidar! Vamos, recuerda nuestra infancia.

Como siempre que alguien le remitía a aquella época sólo era caz de ver las palizas que recibía en el colegio por parte de Mirston Bradley, las que recibía en casa por parte de su padre, los fracasos en el equipo del instituto en el que nunca fue nada más que el despojo del que se reían por no ser capaz de aportar nada. Nada.

- Gracias, era lo que necesitaba- Inspiró profundamente, cerró los ojos e imaginó la escena que se produciría en aquel claro del bosque en los instantes siguientes.
- ¡Bien! Sabía que podría hacerte entrar en razón, ésto sólo ha sido causa del estrés . El jefe te ha dado mucha caña esta última semana, y lo de tu mujer tamp...
- ¿Cómo?

Julietta. Escuchar su nombre fue el detonante, la luz antes del ruido de la explosión, el escalofrío antes del hielo. Abrió los ojos y miró al traje desaliñado y sucio arrodillado frente a él a unos metros.

- Lo has hecho de nuevo, gracias.

Miles miró al coche y sonrió, nervioso. Se acercó a él.

- Te voy a dar a elegir y todo, Lex. No es que dude, no. Es... bueno, al fin y al cabo como tu dices has sido mi amigo durante todos estos años y es un modo de reconocer... ese esfuerzo. Dime, ¿qué prefieres?

Miles no pudo ver la cara que seguía sus pasos. Con cada palabra suya iba desfigurándose en una mueca de terror y dolor anunciado.

- Miles, por favor... no quiero morir... - Vio lo que sacaba del maletero- ¡Miles, por Dios!
- Venga, no lo hagas más difícil. Los dos sabemos que no puedes correr. Gritar tampoco es una decisión correcta: nadie te escucha aquí, tan lejos de todo, y aún así me obligarías a acabar contigo rápidamente y eso quizá me haga no ser muy efectivo. Vamos, que te dolería. Pero es lo que tiene el no ser un profesional de estas cosas, ¿eh? ¡Aunque qué le voy a decir al gran Lex! Mosquita muerta siempre... hasta que te das la vuelta.
- Miles...
- ¿Eres consciente de que eres el único culpable de lo que va a pasar aquí, verdad? El único culpable de que Linda y tus hijos vayan a tener que darse de hostias con la vida a partir de ahora. Solos.

Lex sollozaba. Miles caminaba. Andando en círculos pensando en los últimos años junto a la persona que estaba a punto de matar. Por más vueltas que le daba siempre llegaba a la misma conclusión.

- Coño Lex, si es que te mereces morir. Estarás de acuerdo conmigo. Eres un grandísimo hijo de puta, con todas las letras. No hay nadie en el trabajo que no haya salido perdiendo contigo, y sufriendo además. Yo aún no sé cómo no he perdido mi puesto de trabajo, aunque no habrá sido porque no lo has intentado. Es más, ¿recuerdas aquella vez en la facultad? Ahí también te hubiese matado. Por suerte para ti, yo aún tenía cosas que perder y pensé que lo que se me pasaba por la cabeza era sólo una locura, fruto de la ansiedad y el miedo. Y del odio, claro.

La pequeña carcajada final aumentó el miedo de Lex. Ahora retrocedía sin dejar de mirar a su anunciado asesino. Se arrastraba, arañándose las manos con las piedras y el resto de desperdicios. Claro que él sólo podía centrar su atención en la boca y mano derecha de Miles. Saltando de una a otra.

- Lex, al menos reconócelo. No te voy a decir que si lo haces no morirás, porque te voy a matar igual. Pero seguramente te sentirás mejor. ¿Quieres dejar de moverte?

Acto seguido disparó a la pierna que aún no sangraba. Primero bramido del arma, Lex rugió milésimas después. No le importó, siguió hablando.

- ¿De verdad no te imaginabas nada de ésto? Supongo que no, nunca has sido demasiado perspicaz. Más bien has sido siempre muy tonto, ¿eh, "Rrrrrlex"? Anda que no se han reído de ti por culpa de esa maldita serie. Bueno, qué coño, yo también. Nunca delante tuya, tenía la decencia de ser un buen amigo, pero me era imposible no descojonarme cuando en mi casa aparecía esa serie haciendo zapping. Nunca la entendí ni le vi le gracia, pero reconocerás que eras clavadito al tipo ese, ¿eh? Tanto físicamente como por lo cortitos que sois ambos.

Miles mira a las estrellas.

- ¿Ves esa de allí? Se llama Mintaka, y la inmediata superior, que brilla más, es Bellatrix. ¿Quieres mirar, cojones? Son mis dos favoritas, de pequeño siempre pedía un deseo mientras las miraba. Alguna vez se me debió de cumplir, porque a día de hoy sigo haciéndolo.

Levantó el arma, apuntó a la estrella y disparó.

- ¿Qué fácil puede llegar a ser, eh? Pensé que me costaría muchísimo el hacerme a ella y mira, un tiro a mis sueños y hace nada te he hecho sangrar de nuevo. Aunque duela no te me marees, ¿eh? No quiero que esto dure más de lo necesario.

Ante el sonido del nuevo disparo, Lex chilló y se llevó las manos a la cabeza. No recibió daño, pero manchó los pantalones del traje que había elegido su mujer por él esa mañana antes de desayunar. Era una tradición que tenían desde hace años, un pequeño ritual para afrontar el día a día. Ninguno de los dos sabían que esa mañana sería la última vez que jugaran juntos.

- Mira lo que has hecho... Quítate la americana y tápate. Nunca, ¿me oyes? Nunca has tenido respeto por nada ni nadie. Siempre sin saber guardar la compostura, actuando como te daba la gana independientemente de donde y con quién te encontraras. Todos los sustos y problemas que hemos tenido por tu culpa, los que te rodeamos, nos han salido muy caros. Pero siempre te dio igual.

Miles deja de hablar y ve como Lex no hace nada, petrificado. Con la mano del arma, le insta a que proceda a taparse y deje fuera de la vista la mancha de su pantalón. Lex reacciona, imposible hacerlo sin gritar de dolor.

- Mejor. Venga, acabemos.

Silencio sumado a ojos horrorizados.

- Coño Lex, ¡que te disculpes por todo joder!
- Nnnnonooo... sé qué decir. Mira, me iré, te lo prometo. No me verás jamás, ¡jamás! Pero déjame viv...
- Igual que siempre. Jamás escuché de tus labios la palabra "perdón". Jamás escuché un "lo siento". Y mira que has tenido oportunidad de decirlo muchas veces...

Levanta el arma.

- ¡¡NOOO!!

Baja el arma.

- Si es que... yo no soy una mala persona. - Lex suspira de alivio- Me voy a disculpar por ti, ¿te parece?

Carraspea y grita:

- ¡¡Mundo, he sido un cabronazo toda mi jodida vida!! Lo siento, Mundo, me despido haciendo por fin una cosa bien: ¡¡dejarte en paz para siempre!!

Levanta el arma. Dispara. Ruido.

Silencio.

Ender


Parte I, quizá haya parte II

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