miércoles, 1 de julio de 2009

La canción más fea del mundo


Las manos le temblaban. Intentaba concentrarse en su tarea, pero el saberse tan cerca de su gente y caminar en la dirección opuesta le supuso un difícil reto. Los dedos no respondían todo lo bien que deberían, pero no por ello el resto de músculos dejaron de esforzarse para escribir lo que tenía que escribir. Una profunda respiración le permitió darse cuenta del frío que reinaba en la zona en la que se había escondido.

¿Escondido?

Él mismo se sorprendía de lo que descubría mientras se iba calmando, mientras las extremidades superiores volvían a maximizar sus movimientos en la a priori fácil empresa de expresar el torbellino de sentimientos que recorrían sus pensamientos. La cristalera deja pasar la luz justa para poder ver la irregularidad de su letra. Detestaba ver que algo que tenía asimilado desde su infancia podía ser deteriorado por personas a las que consideraba algo más que personas. Mucho más a las que no considera, claro. No le gustaba sentir que no era dueño de todas sus funciones. Borró una y otra vez varias palabras buscando la que mejor describiese el verdadero ánimo que albergaba sin desearlo. Tenía la esperanza de poder remitirlo sin modificar sus pensamientos racionales que tan bien le guiaron durante las últimas semanas.

¿Poco efectivo?

Puede pensarse que sí, que solamente por haber estado parado a pocos pasos de lo que llevaba reprimiendo todo este tiempo le hace más débil y menos dueño de sus actos. Menos racional. Pero no le importa cómo puede verse desde fuera. Él considera que ha sido la prueba de fuego, no haber avanzado hacia allí le recordará que una vez pudo ser fuerte, pudo frenar la tentación y poder seguir así lo que de verdad quería.

Y si una vez pudo, ¿por qué no otra?

Pero sabe que aunque ha ganado esta batalla la guerra sigue abierta, sin terminar de finalizar. Aún falta para poder declarar a un bando campeón definitivo de esta larga lucha, pero ahora no se imagina ninguna bandera blanca izada en el medio del campo. O al menos no por él.
Sus manos vuelven a pertenecerle. Los dedos fallan, pero del modo habitual por lo que no hay nada de lo que preocuparse. Se restrega los ojos apoyando los codos en las rodillas. La cristalera sigue dejando entrar la misma claridad, pero ahora ve coches amarillos y sonríe. Y un autobús, amarillo también. Se siente solo, se siente bien. Está ahora junto a las personas con las que de verdad se siente cómodo y a gusto. A su izquierda una anciana cansada de luchar ojea una revista municipal. A su derecha un joven con los oídos retumbando con guitarras y chillonas voces juega con una consola portátil.

¿Se puede querer algo más? 
Con mucho menos otros son felices, o al menos no tan infelices.

Funciona por fin y suena la canción. ¡Por fin! Ahora sí que se puede pedir poco más. Escucha buscando más coches amarillos. Y autobuses. Pero se para al minuto y cuatro segundos y para él también y se da cuenta que en todo ese tiempo no ha pasado ninguna sombra amarilla.
Ese minuto y cuatro segundos le supo a poco, trata de buscar la razón por la que sin funcionar… funcionó permitiéndole un momento de distracción la canción más fea del mundo. Acepta no encontrar la causa, será que a veces no se puede tener todo.

No digamos ya sombras amarillas.




Ender

Al contrario que en la otra entrada que acabo de actualizar (De pobre nada) en esta sí sé la razón por la que empecé a escribir. Lo que desconozco, aunque sé a la perfección, es por qué terminé así.
Pero cuando las cosas pasan de este modo, cuando un pensamiento acaba en otro totalmente distinto... Ni podemos correr a enterrar nuestras caras en su ropa ni podemos abrazar tan fuerte al otro como para convencerle de que no se vaya nunca jamás.
Y menos cuando ya se sabe que será que en esta vida no podemos tener todo.
Aunque únicamente queramos un trozito.

1 comentario:

  1. No sé si es el amarillo, pero quería hacer un guiño.

    Como con la otra, todo lo que veáis mejorable... se agradecerá!

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